Borde Perdido, 2017
Sospechó mi madre que,
la muerte habita espacios
imposibles, la sangre
de sus piernas brotaba
de los ladrillos y una lluvia
infinita, regaba el jardín
de jazmines al otro lado
de la montaña.
Ahora aconteció un largo
tiempo real, y en esta casa,
en mi nueva casa con Hernán
Valentino y Simón tenemos una biblioteca
gigante y desordenada que
clausura antigua ventanales.
Cada atardecer leemos libros
iluminados, en El misterio del Gótico
los Godos sobrevivieron a la invasión cristiana
inscribiendo sobre las rocas pesadas
de las catedrales, los signos
antiguos de sus runas profanas.
La sangre impone esas fugas materiales
el amor lo supera, invade todo eso
proporcionando a la tristeza un nuevo lenguaje.
texto de contratapa (completo): Silvina Mercadal
El
rayo fósil-tatuado
“Toda génesis supone aquello que la
precede”
Georges
Bataille
El aquí nombrado
“alfabeto de la noche” está constituido por un relato mínimo que se abre en la
penumbra, persigue el rastro de un primitivo asombro -como si entre sombras
trepidaran presencias inhumanas-, aunque también es la escritura del espacio convertida
en libro de magia. En este conjunto de poemas Mariana Robles cuenta el momento en
que con su madre y su hermano dejan el pueblo y la casa familiar, lugar donde
se configuró la “arquitectura de la infancia”. La escritura procura traducir la
experiencia sensitiva del espacio en un momento de ruptura, o mejor, inscribe
la división de la que participa toda partida -en cuya etimología está dividir-: pues mientras se abandona una casa,
su presencia se duplica, persiste fantasmal el lenguaje fósil de la materia, y luego
de un “largo tiempo real” es posible conjurar su influjo.
En “El milagro de
Lascaux” Georges Bataille examina la capacidad del hombre primitivo para
producir el signo sensible. De la nada emerge la cabalgata animal que cubre las
paredes de la caverna, en su extrañeza el arte se transfigura y revela como
potencial “comunicación de los espíritus”. En la ronda pintada en la piedra
Bataille descubre el signo-mágico, es decir, la ardiente presencia de antiguos
cazadores atravesando el tiempo incalculable. De la misma manera, los poemas
portan una intención incantatoria hecha de paralelismos y raras expresiones de
la materia.
Mariana
escribe: “las cosas hablaban, extrañas/ un lenguaje fantasmal”. En el reverso
del alfabeto nocturno -y a/penas visible- fulgura lo maravilloso pues la
experiencia de la partida se adivina como una distorsión que alcanza la materia
y la modifica hasta espiritualizarla. En su intuición involucra una cosmología
animista: el espíritu busca asilo asido a la materia. En los poemas el espacio
habitado se vuelve signo, adquiere una cualidad fósil, sedimenta las edades, es
caverna encantada, y gruta atestada de promesas que hay que abandonar. En algún
momento “está en llamas el jardín natal” (Marosa di Giorgio, 1971), y es
necesario dejarlo para estar en condiciones de volver sobre sus pasiones
encriptadas.
En el centro de la
casa la madre-niña nace y re-nace, es una muñeca rusa que va hacia el origen,
engendra su propia miniatura, se torna perecedera, aunque de su cuerpo mana incesante
la vida (Arcimbolda barroca de la abundancia, alteridad inasimilable y fecundante,
espejo estallado en una alucinación auditiva). ¿Es posible interpretar un sueño
mientras transcurre? Sólo cabe desdoblar la consciencia con la percepción del
paso a una dimensión incontrolada. En los dibujos “estrategias para escapar de
la casa materna” se puede captar una leve distorsión en los ambientes vacíos:
“el rayo fósil” del inicio que refiere Sarduy se convierte en tatuaje, y las
palabras son indicio de la caverna donde centellean inesperadas visiones.
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